En esta adaptación del clásico de Lewis Carroll, Alice es una niña fresa que vive en la Ciudad de México y el conejo es un DJ con aires de rockstar. Esta alucinante historia puede ser un simple relato de una niña malcriada que tuvo un malviaje, pero en realidad es el viaje de todos; un trip de locura y consumismo.
Con este fragmento de Alice in Limboland, celebramos los diez años de su primera publicación en papel. Prepárense para entrar al Limbo, pero tengan cuidado de encontrarse con el conejo negro. El viaje depende de ustedes…
Ciudad de México, 31 de octubre (BarbasPoéticas).- Esta alucinante historia puede ser un simple relato de una niña malcriada que tuvo un malviaje, pero en realidad es el viaje de muchos, de todos. Un viaje artificial, cuyas estaciones son la locura, las drogas y el consumismo. Cuando la realidad duele, también se puede acceder a una madriguera de rock, hongos y poetas malditos.
Todo empezó aproximadamente en 2005, cuando Odín Ramírez y Odeen Rocha trabajan en un café internet, con demasiado tiempo libre. Un día Odín llegó con un texto donde modificaba la historia clásica de Alice in Wonderland, adaptándola en la Ciudad de México de entonces: Alice es una niña fresa y el conejo es un DJ con aires de rockstar.
Con la bendición del autor original, Odeen siguió escribiendo la historia y, en una dinámica de "ping pong", cada uno escribió un capítulo hasta que concluyeron el libro, proceso que les llevó un par de años.
A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento de Alice in Limboland, de los autores Odín Ramírez y Odeen Rocha, a diez años de su primera publicación como libro. Cortesía otorgada bajo el permiso de Barbas Poéticas.
Prepárense para entrar al Limbo, pero tengan cuidado de encontrarse con el conejo negro. El viaje depende de ustedes...
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Un preludio al Limbo
Comencemos por el principio.
En 1865, Lewis Carroll, seudónimo del escritor británico Charles Lutwidge Dodgson, publicó Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, novela que relata las peripecias de una niña que, al quedarse dormida debajo de un árbol, comienza a soñar con un mundo fantástico y valga la redundancia, onírico.
El conejo blanco, la reina de corazones, el sombrerero, el gato de Cheshire, son algunos de los delirantes personajes que van apareciendo a lo largo de la historia, que junto con la adorable Alicia nos han deleitado tanto a los adultos como a los niños.
Hasta ahí todo perfecto, pero en el transcurso del tiempo, la historia de Alice ha tenido muchas interpretaciones, que involucran al autor y al personaje y no parecen plantear un entorno tan sano y tan feliz como el que nos propone la historia original.
En Alice in Limboland, Odeen Rocha y Odín Ramírez, reescriben la novela y nos enfrentan a una adolescente adinerada que vive las aventuras de Alicia pero con ciertas particularidades que hacen entrever que la niña no tiene nada de la dulce Alicia original sino que ya es casi una adulta a la que le gusta disfrutar de las drogas y el sexo y divertirse sin tomar consciencia de las consecuencias de sus actos. Burguesa y caprichosa, tramposa y actual, disfruta jugando con su cuerpo y masturbándose; le fascina ser sensual y atractiva y no tener nada importante en que pensar.
Y es en ese juego cotidiano que Alice termina sumergiéndose en un psicodélico camino que la llevará a encontrarse en sitios fantásticos y con variados personajes perversos y oscuros, como el conejo negro, un ser libidinoso que hace gala de su potencial erótico y que vive como un rockstar, o las famosas leyendas Sid Vicius, Kurt Cobain, Jimi Hendrix, entre otros, con los que pasará momentos que alternan entre lo delirante e infernal. Ni hablar del sombrerero psicópata con quien vive una escena terrible que devendrá, en la lógica de ese tiempo, en un jardín oscuro que se transforma en un reino de chocolate tentador y lujurioso.
En su viaje onírico, recorre los diferentes estados de su vida, de la actual, de la pasada y de la futura, se ve en los espejos y se encuentra con varias Alices, mientras descubre cosas que no le gustan y que la llevan a querer desaparecer de la existencia, una existencia que pesa como atmósferas de plomo. Tiene muchas sensaciones raras, la música parece traerla de regreso a nuestro mundo, pero no se deja: Alice quiere soñar para siempre.
Desde su ingreso a la madriguera del conejo el relato se torna cada vez más surrealista, influido por la filosofía beatnik, tanto en la descripción como en el desarrollo. Es musical, sinfónico, y a la vez está plagado de poesía en el más puro de sus sentidos. Es delirante pero, a la vez, coherente con lo que intenta describir. Es el viaje por el inconsciente de una adolescente de nuestro tiempo, es el viaje al limbo personal de una criatura de la modernidad.
La Alice de esta novela se enfrenta con sus distintos yo, a la vieja usanza freudiana, que le muestran a una niña malvada, a una adolescente alocada e inconsciente y a una mujer fina como la que le gustaría ser, múltiples Alices que en realidad son una, son todas.
Pero Alice no quiere despertar, o no puede, prefiere desaparecer bajo el placer de sus viajes narcóticos, ser feliz con los orgasmos que obtiene al autocomplacerse, y escuchar su música barata, su música de plástico y neón.
Esta alucinante historia que nos entregan Odín Ramírez y Odeen Rocha puede ser un simple relato de una tonta niña malcriada que tuvo un mal viaje pero en realidad es el viaje de muchos, de todos, sin importar sexo o religión, raza o identidad política: es tal vez el único viaje verdadero que permita esta época. Un viaje artificial —cuyas estaciones son la locura, la droga, el consumismo, la música, etc— que en un punto se transforma en un hiper viaje. La realidad es ésta pero como a veces duele también se puede acceder a una madriguera de rock, putas, hongos y poetas malditos.
Lo que sea, o lo que quieran, se presta a libre interpretación, pues como ya dirán los autores al comienzo del libro: “Lo mágico de la literatura está en las múltiples lecturas posibles de un cuento”.
Les dejo aquí esta inquietante versión de Alicia y prepárense para entrar al Limbo, pero tengan cuidado de encontrarse con el conejo negro: yo les pediría que no lo sigan pero recuerden, el viaje depende de ustedes...
Esteban Moscarda
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 16 de diciembre de 2015.
I
“Madriguera del Conejo Lounge”
Alice comienza el día como los últimos dos de esta semana: Sus manos tersas de post-adolescente burguesa viajan de sus piernas al cuello trazando una línea ascendente que se detiene sutil para acariciar el pezón derecho y el ombligo. Burlando la barrera que implica la panty de encaje de Victoria’s Secrets se dispone a obnubilar sus sentidos con el placer único que se brinda gracias a años y años de jugueteo, suficientes para infartar a su madre de haberse enterado.
Instantes más tarde Alice no piensa, su mente líquida discurre caliente en los sinuosos senderos de un espasmo convulsivo, originado en el centro mismo de la vida humana… el placer o el amor son lo mismo. Amamos lo que disfrutamos a través del placer. ¡Alice se ama tanto a sí misma! Ama su casa de Lomas y su cuarto teñido de púrpuras, índigos y violetas entre decoración hindú y muebles minimalistas. Ama la sensación de sus dedos chapaleando entre la cristalina prueba de una existencia suprema más allá de la conciencia. Ama tomar entre pulgar e índice su clítoris mientras deja que el medio viaje dentro e inunde su cuerpo al estallar en oleadas de calor que paran a retozar en nalgas, senos y labios. No se detiene al percibir la cálida brisa que se cuela por la ventana ni el tibio amanecer del verano. ¡La vida de Alice es tan bella! No recuerda su pasado ni piensa en el futuro. El ahora vibra en un suspiro… cuando el movimiento último tensa cada nervio y crea una conexión al todo, nubla la vista y cierra los ojos. Duerme con una sonrisa, tal vez se levante a las 12:00 o a la 1:00. La vida de una burguesa es hermosa. Es perfecta.
Alice ya empezaba a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, (el pequeño riachuelo artificial de su casa obscenamente cara y grande) sin tener nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos.
— ¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos? — se preguntaba Alice, — es más ¿para qué sirve un libro? si no para ligarse a un chico en la biblio de la uni o nivelar la pata de una mesa en el Starbucks—. Ahora toma su bolsito Prada y saca una caja de pastillas tic-tac.
— ¡Ya no te metas esas madres, vas a quedar loca! — gruñó su hermana en la clásica actitud sobre-protectora buenaondabien de hermanis mayor. Porque esa caja lo último que trae son pastillas tic-tac. Alice no se preocupa, su vida es tan bella que puede darse el lujo de intensificarla un rato con formas y colores alegres; con unas sonrisas, con felicidad ácida.
Después de unos minutos, voltea al lado norte de su residencia y nota la presencia de un conejo negro que reparte flyers en la calle adyacente. No le toma importancia y sigue divagando entre sus sensaciones. De pronto un ataque de conciencia invade su pensamiento: ¡jamás había visto un conejo negro repartiendo flyers! Alice se apresura a alcanzarlo para obtener una propaganda; justo cuando se acerca, éste huye veloz cual carterista de la Merced. En su huida pierde algunos flyers, mismos que recoge Alice y procede a leer:
Madriguera del conejo Lounge.
Un concepto nuevo para ti ¡Alice!
Cualquier día, a cualquier hora
sigue al conejo negro.
Z.N.A.
(zero nacos allowed)
Sorprendida de ver un flyer tan directo y personalizado, supuso que tal vez cada uno tiene un nombre diferente para tratar de coincidir con el nombre de la persona a quien es entregado. Toma un segundo flyer y menuda sorpresa se lleva al notar su nombre en ese también, en ese y en todos los que revisa posteriormente. — ¡Es una señal cósmica! — piensa para sí. Regresa rápido a su cuarto ante el desconcierto apático de su hermana. Se despoja de toda su ropa cuando se percata de la presencia de Diesel, su gatito siamés.
— Lo siento pequeño, tengo algo importante que hacer. Diré a Chenchita que te ponga comida antes de partir.
Después de una ducha escoge para tan rara ocasión el nuevo vestido de Mango que adquirió la semana pasada. Un toque ligero de maquillaje y dos o tres accesorios. Toma su bolso favorito, las llaves del auto y sale como rayo hacía la cochera donde un Peugeot 206 cc rosa la espera. Tiene un sentimiento extraño, ya que aunque el flyer no indica la dirección del lugar ella sabe exactamente a dónde dirigirse: El número 69 de la calle Londres es su destino.
Un letrero en neón azul que indica: “La Madriguera del Conejo Lounge” le hace saber que es el lugar correcto. No se escucha ruido alguno pero la puerta se abre inmediatamente ante su presencia. El lugar está oscuro y no se advierte alguna presencia aparte de Alice. Los beats electrónicos y los fractales fluorescentes la tranquilizan un poco y decide caminar hasta el inicio de unas escaleras de caracol.
Alcanza a ver la silueta del conejo bajando a gran velocidad y lo sigue sin dudarlo.
El sonido parece alejarse cada vez más conforme el conejo se va adelantando poco a poco hasta perderse en las sombras que parecen rodear al infierno mismo. Después de quince minutos bajando, Alice comienza a sentir que algo anda mal y decide regresar. Menuda fue la sorpresa que se llevó al notar que las escaleras en ascenso desaparecían dando paso a un abismo tenebroso.
—Tendré que seguir bajando, no me queda de otra— se reprocha un poco atemorizada por la imprudente situación en la que se encuentra; aunque no le toma mucho adaptarse, ya que su naturaleza impulsiva la hacía cometer tonterías como esa a menudo. Sus ojos comienzan a acostumbrarse a la poca luz y descubre libreros y estantes a su paso. Su curiosidad la hace acercarse a leer los títulos de los libros: Kamasutra, Los caminos del Placer, Los 120 días de Sodoma… recuerda el pensamiento que tuvo hacía un par de horas respecto a los libros y se retracta. Tal vez puedan servir de algo.
Mientras, con una sonrisita un tanto perversa y maliciosa continúa su viaje al fondo de la nada. Media hora después, justo cuando Alice comenzaba a sentir que las pastillas que se había tomado perdían su efecto, llega al fin de la interminable escalinata.
II
“HOY no es HOY, es un recuerdo de AYER y una fantasía de MAÑANA”
— ¡Maldito conejo de mierda! — escupe Alice como sólo ella puede hacerlo: con el debido poder como para ofender, pero con el suficiente feeling para no escucharse corriente con semejantes palabrejas. —Este infeliz animalito negro me ha traído a un antro que no tiene decoración Feng Shui… ni siquiera es lo suficientemente mínimal como para sacar el cel y hablarle a Lucy, Gaby, Aby, y Tamy para ponernos bien chidas…
Al recorrer aquel lugar, Alice fija sus ojos enrojecidos hacia una sección del muro occidental donde hay escrita una frase que la deja pensando un par de segundos: ‘HOY no es HOY, es un recuerdo de AYER y una fantasía de MAÑANA’ —Ya es tiempo de buscar algo para ponerme bien high, esto es demasiado para estar sobria—, se dice. Entonces voltea abajo a su izquierda y nota la presencia de una pequeña puerta. Linda e irresistible. El problema es que ésta mide máximo unos 45 cm, y Alice alcanza ya el metro sesenta y cinco; y aunque es delgada gracias a sus hambrunas auto-impuestas, no le es posible pasar al otro lado. —Esto no pasaría si desde pequeña hubiera practicado Yoga. ¡Maldita madre que tengo! si es tan IN eso de la relajación y el control del cuerpo— refunfuña para sí.
Su mente la lleva unos meses atrás, a esa tarde en Plaza Galerías cuando quedó prendada de un guapo Hare Krishna (como ella lo nombró en ese momento); quería irse con él a la India para aprender el Yoga, pero su madre y hermana se negaron rotundamente. Eso la ponía aún más molesta. De cualquier forma, su enojo era comprensible: en aquellos días del primer verano del nuevo siglo, todas las amigas de Alice se encontraban inscritas en infinidad de cursos de Yoga, Feng Shui, Pilates, Spinning y cuanta ciencia alquimista existía para conservar la figura y la salud. No era fácil perdonar eso.
En medio de todo ese berrinche adolescente, Alice no se había percatado de que, un poco más a su derecha, se encuentra una mesita bastante mona, color fiusha con azul cielo encima de la cual descansaba un brownie de chocolate blanco brillante con una pequeña tarjeta dedicada en exquisitas letras cursivas. Algunos minutos después, la curiosa fémina dirige su escultural figura hacia la mesilla y toma la tarjeta, la abre y lee una frase que ya se le hacía conocida: “HOY no es HOY, es un recuerdo de AYER y una fantasía de MAÑANA… ¡CÓMEME, CÓMEME, CÓMEME!”.
Como sería de esperarse, tomó el brownie y lo mordió.
Alice comenzó a sentir como si creciera. Efectivamente, su cabeza estaba ya muy lejos de sus pies y ahora ella alcanzaba los 3 metros de altura. Al llegar hasta el techo del cuarto, pudo ver escondida en una marquesina, una pequeña llavecita de plástico en un color similar al del mercurio, que tenía esa forma necesaria para poder abrir la puerta del fondo que la conduciría, sin duda, hasta el clímax de la fiesta y al mismísimo Conejo Negro.
Trató de correr hacia la puerta y abrirla; sin embargo, a causa de su nueva talla, ya no podía más que asomarse con mucha dificultad por debajo de la puerta y ver borrosamente a un centenar de invitados bailando al sensual ritmo de la rola de fondo, moviéndose de tal manera que parecía que se estaban haciendo el amor entre todos y entre todas. Alice dijo en voz alta:
— ¡Hey, ustedes! ¡Déjenme pasar! Yo puedo bailar mejor y me gozarían más. ¿Que no ven que tengo una figura perfecta hecha en Sport City? — gritó y gritó pero nadie parecía escuchar, volteaban para todas partes como si buscaran en el aire voces de otro mundo. Alice entró en furia, se arrinconó a llorar y maldecir a todo aquel que había cometido alguna bajeza para con ella desde que tenía memoria. Fue tal su coraje que comenzó a inundar el lugar con sus lágrimas saladas con olor a éter.
El ritmo era alucinante, nunca antes se había sentido tan enojada pero también tan complacida; la música, aunque no era el psyco a grandes velocidades al que estaba acostumbrada, la ponía en un trance casi orgásmico. Deseaba tener cerca el vibrador de 20 cm que conservaba bajo su repisa de las bufandas psicodélicas a un costado de su cama para así viajar aún más lejos. El llanto se convirtió en gritos de placer. Su mano derecha se escapó con rumbo a su entrepierna por enésima vez en el día, se estaba haciendo una costumbre harto emocionante; más aún cuando sus medidas han aumentado al triple de lo normal...
Ya estaba sumida hasta las rodillas en la piscina de lágrimas. Se preguntaba si algún día podría volver a tener tal magnitud de placer cuando todo esto terminara. Al llegar al el tercer orgasmo, la puerta empezó a abrirse, la música se escuchó ensordecedora y el Conejo Negro entró al inundado cuarto montado en un kayak impulsado con unos remos azul pastel y ataviado con un casco que rezaba una frase ya conocida por Alice: ‘HOY no es HOY, es un recuerdo de AYER y una fantasía de MAÑANA”. Alice trató de llamar su atención pero el conejo llevaba demasiada prisa, ni siquiera volteó a verla. Con aires de rockstar, el conejo emitió una frase al aire pero obvio dirigida a la extasiada y confundida chica: DON’T FOLLOW ME, ALICE, IT’S A TRAP. ONLY BY BEING INSANE YOU CAN MEET THE QUEEN. Dicho esto, arrojó los remos a un lado y se alejó impulsándose con los brazos. Alice alcanzó los remos y al acercárselos al rostro notó que tenían un aroma parecido al del humo que se respira en las mejores fiestas de la ciudad primer-mundista donde ella vive. Sin dudarlo un momento, dio tremendo mordisco al remo más brillante. El dolor de cabeza regresó pero ahora más intensamente que la primera vez.
Alice comenzó a hacerse pequeña — ¡A huevoooo, ya podré pasar a la party! — se dijo feliz. Pero su empequeñecimiento fue más allá de lo que esperaba: se hizo aún más pequeña de su tamaño normal y en el mar de lágrimas era un náufrago que luchaba por nadar y no morir ahogado. Alice se preguntaba si estaba soñando o si el brownie tendría algo más que la mota acostumbrada para esos platillos. Algo era diferente.
Dentro de ese nuevo mar en el que estaba envuelta, Alice alcanzó a ver que de las escaleras del cuartucho bajaba un viejo junkie navegando en una puerta rota y vestido con harapos, cabello largo, rubio y despeinado; lucía sin rasurar en varios días y vestía una camisola de franela sobre una roída playera de Pearl Jam. Le pidió en buena onda que le ayudara a salir de ahí:
— ¡¡Oye tú, mugrosiento, sácame de este asqueroso lugar, plis!!
El hombre se le quedó mirando fijamente como si estuviese viendo a una diosa perdida. Luego dijo:
— Estoy feliz porque encontré a mis amigos. Están en mi cabeza.
Alice se quedó pensando en qué demonios había querido decir el indigente con esas palabras, así que le contestó un poquitito más enojada y con un movimiento de brazos bastante particulares, pero de moda:
— ¡O sea, jelouuuu! ¿Me vas a sacar de aquí o vas a estar recitando canciones viejas? —a lo que el hombre contestó con un raro acento y en inglés:
— I think I'm dumb — y dándole la mano la ayudó a subir a la puerta. Navegaron por unos minutos sobre el mar de lágrimas y Alice no dejaba de mirar al sujeto: remaba muy tranquilo con un pedazo de madera parado en un extremo de su improvisada balsa. Después de un rato de escuchar más incoherencias y algunas historias de suicidios encubiertos y de esposas desquiciadas llegaron a la orilla. Ahí había más personas como el lanchero: harapientas pero felices y cantando letras extrañas y llenas de odio. Alice creyó reconocer a algunos, le recordaron portadas de los viejos discos de su tía Fránces. Pero no le importaba nada más que poder llegar a la parte más cool de la Madriguera del Conejo. Se sacudió el polvo y siguió su camino… nunca olvidaría el aroma de esa gente, le recordaba algo joven… como espíritu de alguien rebelde… pero no supo exactamente qué era eso.
III
“Rush trip y un choro mala copa”
El grupo reunido en la orilla tenía un aspecto realmente bizarro: personas desaliñadas vestidas en su mayoría con atuendos estrafalarios que iban desde botas militares hasta playeras que evocaban imágenes aterradoras de demonios, calaveras, sexo y drogas. Alice desconocía el contexto por no tratarse de un rave con arte fractal.
La concurrencia portaba ropajes sucios hediendo a marihuana, tabaco y alcohol. Largas melenas, barbas sucias y mucha actitud. Todos con miradas mohínas, sonrisas maniacas y ojeras que delatan años de vida nocturna y excesos. Visón que aterra y seduce por su cadencia.
Tras una breve discusión respecto a si la mejor manera de curarse un cruda es con tachas o con más alcohol, Alice sentíase de lo más normal en una charla sobre el grunge, punk, metal y el buen rock and roll. Algo tan lejano a las pláticas frezapatistas con sus amiguis condechi. Inclusive sostuvo una larga discusión con un tal Lagarto Rey respecto a las desventajas de inyectarse cocaína en vez de heroína mientras se toma un baño de tina. Por desgracia Jim se puso muy necio y terminó por caer sobre sus vómitos tibios mientras recitaba poesía ininteligible.
Al fin el mugrosito de ojos azules con el que platicaba al principio comenzó a contar su trágica historia entre vocabulario procaz y ademanes exagerados.
—Shut up, motherfuckers and listen! Kurt el grande, o sea yo, cuyas causas eran apoyadas por miles de grupies fue aceptado muy pronto por los habitantes de Seattle, que estaban acostumbrados a bandas estériles y sin proposición alguna… la mía era un Nirvana.
Tras breves minutos de oír esa sobrevalorada historia, sus escuchas buscaron hacer cualquier cosa para distraer sus sentidos; y qué mejor que un poco de drogas y alcohol. Por desgracia la mala copa se hizo presente en una acalorada disputa entre Bursum y Euronymous que terminó a balazos.
La euforia hizo presa de los presentes, que ya entonados decidieron armar la gresca: Hetfield y Mustaine agarrándose a caguamazos, Corgan y Darsy arañándose la cara, Morrison vomitando a Krieger, Lennon escupiéndole a Yisus y Sid repartiendo mamporrazos por doquier. Un fluido rosa comenzó a invadir el ambiente llenando a todos de una extraña melancolía de tonos purpura y azul.
El Rey Kurt acabó su relato no importándole el desmán provocado:
—Entones la reina loca Courtney traicionó al Gran Kurt envenenándolo y disparándole con una escopeta en la… ¿Cómo te sientes ahora, Alice? —. El relato se vio interrumpido en su desenlace al notar que la joven visitante se encontraba a instantes de cantar Oaxaca en do sostenido mayor.
—Igual de cruda que cuando llegamos. ¿Alguien trae un alka seltzer? No te ofendas pero tu historia está muy mala copa, güe. Además a mí como que me da dolor de cabeza en vez de quitarme la crudita —respondió la rubia, altiva.
—En este caso propongo que hagamos un slam, bajemos a botellazos y abucheos a Kurt y adoptemos ritmos más radicales —. Dijo solemnemente el Sid Mohicano Vicius, mientras se ponía de pie. Su mala facha excedía la de los otros asistentes, este sí que daba miedo.
—¡No digas tonterías! No tienes ni idea de lo que en verdad… bueno en realidad yo tampoco tengo idea de lo que quiero —. Tras interrumpirse a sí mismo, Roberto Smith bajó la cabeza para ocultar sus labios mal pintados y sus tristes lagrimitas. Su padre le había enseñado que “los niños no lloran”. Algunos de los otros rieron sin disimulo ante la patética intromisión.
—Lo que decía, cúmulo de descojonados, es que nos bajáramos la cruda con un Rush Trip —. Enfatizando el Sid lo de “descojonados” en un tono ofensivo pero sofisticadísimo como todo buen británico.
— ¿Qué es un Rush Trip? — preguntó Alice con muchas ganas de averiguarlo.
El Sid comenzó a sacar carrujitos de colores, jeringas, estopas, pastillas y demás artilugios estupefacientes sin esperar a que alguien dijera algo, y nadie parecía dispuesto a decir nada. A todos se les hacían agua la boca, nariz y venas sólo de prever el viajezote que les esperaba.
—Bueno, la mejor manera de explicarlo es haciéndolo— sentenció definitivo el Sid.
Y por si alguno de ustedes quiere ponerse un buen rush trip cualquier día de rave, voy a contarles cómo lo organizó:
Primero trazó unas líneas de coca rosa como de 30 metros cada una y sacó unos billetes para enrollar (la denominación del billete que se haga rollito para inhalar no tiene importancia, sólo que no sea de 20 porque esos se rompen muy fácilmente). Al final está una estaca de madera a la cual hay que darle 10 vueltas después de haber inhalado una mona amarilla. Posteriormente hay 5 metros de jeringas en zig zag de las cuales hay que inyectarse las sustancias negra y verde respectivamente, sin olvidar ninguna ni alterar el orden (no queremos que caigan en un mal trip). Una vez librados los anteriores obstáculos hay que beber una jarra de whiskey blanco y fumar un carrujito de mota chocolatosa (una especia rara que sólo consigue un dealer de cabello chino en Irás y no Volverás).
Una vez lista la maratónica pista el grupo se fue colocando aquí y allá a lo largo de la misma. No dieron tiempo al “en sus marcas, listos, ¡tacha!” sino que empezaron a inhalar como verdaderos junkies. Uno a uno cayeron al suelo cuando no podían más de modo que no era fácil saber cuándo terminaba la carrera. Sin embargo cuando iban más o menos por el quinto carrufo de mota chocolatosa ya se les había bajado la cruda de tachas; o más bien, no la sentían por la sobredosis.
Tras dar cinco vueltas completitas a toda la pista el Sid gritó súbitamente: ¡Rush Trip “God save the Queen!” Tomó una pistola y con una connotación sexual la introdujo por su boca. Jaló el gatillo y sus sesos ya pútridos (y bastante reducidos, debo decir) salpicaron a los presentes, que se maravillaron al ver cómo distintos hilos de sangre brotaban de su nuca: los unos negros, los otros rojos, pero todos andaban por entre las piernas de quienes se acercaba a observar el espectáculo.
La sanguinolenta danza continuó por unos momentos mientras desde el cielo de Limboland se podía observar un espectáculo sublime. La sangre del Sid desparramada por el suelo formó a su alrededor el bien conocido símbolo del movimiento: una inmensa “A” de Anarquía recordando tiempos mejores de lucha y libertad. Lo insospechado sucede cuando esa gran letra se inmola y se eleva al cielo dejando a todos atónitos con el espectáculo mortuorio. Todos se agruparon alrededor del mugrosito preguntando: ¿Entonces quién ha ganado?
—En este momento el que aún quede en píe o en su defecto, vivo ¡gana!
—¡Todos ganamos, premio para todos! — festejó la multitud aún sin mucha conciencia de lo que hacían.
—Todos menos el Sid, pero estuvo chido su Final Trip— dijo el mugrosito con su habitual apatía ante el despunte de otros.
—¿Pero quién las dará en premio? — preguntaron a coro las voces de la concurrencia.
—Pues ella, naturalmente— dijo el mugrosito, señalando a Alice con el dedo.
Y todo el grupo se agolpó alrededor de Alice, gritando como locos:
—¡Échalas! ¡Préstalas! ¡Échalas! ¡Préstalas!
Alice no sabía qué hacer, se metió desesperada la mano en el bolsillo y encontró una caja de condones (por suerte las agujas no los habían perforado), y los repartió como premios. Había exactamente un condón para cada uno de ellos.
—Pero ella también debe tener un premio— dijo el mugrosito Kurt.
—¡Claro que sí! ¿Qué más tienes en el bolsillo, niña? — Lagarto Rey preguntó a Alice con seriedad solemne.
—Nada más en absoluto.
—Vale, te regalaré este dildo, sé que le sacarás provecho — dijo al tiempo que sacaba un dildo brillante de su saco de vagabundo.
—¡Venga pues! — animosa respondió la rubia.
Todos la rodearon una vez más, mientras Jim le ofrecía pomposamente el dildo con las siguientes palabras:
Don’t you love it madly? Don’t you need it badly? Don’t you love it’s ways? Tell me what you said.
Y después de este cortísimo discurso todos aplaudieron con entusiasmo. Alice pensó que todo esto era tetísimo, pero como los demás parecían tomarlo tan en serio no se atrevió a reír; y como tampoco se le ocurría nada qué decir, se limitó a hacer una reverencia y a coger el dildo enfrente de todos con el aire más solemne que pudo.
Había llegado el momento de usar los condones y los presentes hacían filas luciendo sus falos enhiestos recubiertos de latex listos para pedir a Alice la otra parte del premio. El mugrosito estaba ya listo para continuar con su perorata cuando Alice lo interrumpió tratando de salvarse de la horda de toros bramando listos para el coito.
—O sea ¡la neta! Las historias de este güey están de súper hueva, mejor les cuento de cuando fui a Houston para que me curaran los candilomas que me salieron después de acostarme con esos cubanos en un súper rave en Toluca; o mejor de la vez que me llevaron a una clínica en Múnich para tratarme los chancros que me pegó un egipcio con el que me acosté una vez en el Cairo; o mejor les cuento de la vez que…
Su plática, que más parecía historial clínico, se vio interrumpida por la muchedumbre harapienta que ya se comenzaba a retirar de ese lugar.
—Ashhh ¡No me están escuchando! O sea, ¿dónde tienen la cabeza? — protestó Alice, dirigiéndose al grupo en plena huida.
—¡Lejos de tu vagina! — gritaron todos.
Momentos después todos desparecieron montando caballos negros bajo la lluvia. La pobre Alice se echó a llorar de nuevo porque se sentía muy sola y muy muuuy deprimida. Al poco rato volvió a oír un ruidito de guitarrazos a lo lejos. Levantó la vista esperanzada de que Mugrosito o Jim hubieran cambiado de idea, aunque se dio cuenta de su error al reconocer no sólo guitarras sino también samplers y sonidos sintetizados para obtener un beat de locura en cualquier fiestón o rave.